Soberanía es Revolución

19/12/2014

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SOBERANIA-300x225Poco se debate sobre el concepto de soberanía; poco se tienen en cuenta sus verdaderas implicaciones políticas y el significado que tiene en un proyecto de transformación nacional. Pese a lo que pueda parecer, en nuestro presente y en el futuro cercano, en la cuestión de la soberanía es en la que nos jugamos más las de abajo, las clases populares no solo de Aragón sino de casi todos los pueblos de Europa.

Soberanía es democracia. Cuántas veces hemos defendido aquello de “soberanía para el pueblo”, entendiendo que es el conjunto del pueblo trabajador el que debe tener la posibilidad de elegir sobre cómo funcionan las cosas; en la economía pero también en la cultura y, especialmente, en la forma a través de la cual nos organizamos socialmente y nos gobernamos. La soberanía ha sido siempre para la gente común sinónimo de democracia y, por tanto, un valor a conquistar y preservar.

Pero hay que ir más allá y ver en qué conecta la cuestión de la soberanía con los tiempos en los que vivimos. Ya en los procesos de descolonización la lucha por la emancipación nacional se centraba en la simple búsqueda de la soberanía para los pueblos que reclamaban su independencia. Y con el desarrollo y victoria total del proceso de globalización, la cuestión de la soberanía se ha tornado primordial para entender qué está ocurriendo. O más bien la falta de soberanía, porque en eso se ha basado la Globalización, en arrebatar a los estados su capacidad para regirse por sí mismos. En el camino hacia un sistema-mundo los poderes supraestatales han arrebatado la soberanía a los estados tradicionales (o están en ello) haciendo de la interdependencia económica -y por tanto política- su mejor activo.

Vivimos momentos en los que la soberanía se revela como uno de los principales capitales políticos que los poderosos acumulan por desposesión. A este respecto la crisis económica no ha sido nada más que una profundización del proceso globalizador, pese a todas las contradicciones que haya hecho surgir en el mundo occidental ¿De qué se habla si no, cuando nos referimos a la “deudocracia”? Pues esencialmente nos estamos refiriendo a la cuestión de la soberanía, en la medida en que hoy la deuda solo es el mecanismo a través del cual se arrebata el derecho de soberanía a los estados y a los pueblos. La deuda, sí, con la que no solo se saquean estados sino que también se arrebata a las gentes sus derechos más básicos.

Así las cosas, la soberanía acaba siendo, finalmente, portadora de los derechos sociales colectivos; esos que están siendo derrumbados a marchas forzadas. Pero no nos engañemos, puede que la soberanía sea hoy el epicentro, oculto o no, de los grandes procesos de desposesión-acumulación y sin embargo no es algo nuevo en la historia, nada que no hayamos conocido ya previamente. En los últimos dos siglos hemos vivido aquí mismo coyunturas similares, que han consistido en arrebatar la soberanía a los pueblos y sus gentes para construir con ellas los grandes poderes totalizadores de los estados. Podemos alargar la visión muy lejos pero basta con mirar sesenta años atrás, que es cuando el Estado español se ha convertido en un estado moderno verdadero y eficiente ¿Cómo lo ha hecho? Concentrando el poder de decisión sobre estructuras alejadas de los pueblos que conforman el estado, concentrando (acumulando) la soberanía y haciéndola mucho más sencilla de controlar por parte de la oligarquía. Esto, como se ve, explica muchas cosas en torno a la naturaleza misma del Estado español, su inexistente democracia y su alto grado de corrupción: tal y como hacen hoy los poderes internacionales, la oligarquía central española creó un estado en el que acumuló toda la soberanía para explotar a las clases populares de los diferentes pueblos de manera más eficiente y productiva.

De modo que no nos sorprendamos y tratemos de ser personas rigurosas. Como revolucionarias entiendo que tenemos la obligación de analizar los procesos políticos (económico-sociales) con cierta profundidad y no quedarnos en lo superficial. Del mismo modo nuestras propuestas y apuestas han de caminar con la misma radicalidad: si la soberanía es hoy el elemento esencial en disputa en toda la política internacional no podemos hacer otra cosa que reivindicarla como proyecto político. Cuidado, no se trata de una mera cuestión terminológica: la soberanía no es un término en disputa, es un activo político real y efectivo que está funcionando, a nuestro favor y en nuestra contra en función de cómo se tensiona esta totalidad concreta que es la lucha de clases.

Podemos intentar revertir esta situación reclamando que vuelva la soberanía a los estados a los que ha sido arrebatada. Claro que podemos hacerlo y es la visión más corriente del asunto, que ante un proceso injusto de estas características se trate de frenar algo que ya está en marcha y se revierta. Pero ¿qué conseguiremos exactamente con eso? Tendremos estados con un mayor grado de soberanía sí, como hemos tenido hasta hace no mucho, pero la gente de los pueblos, los barrios, las comarcas y el territorio seguirá dependiendo de instancias superiores con las cuales habrá de batallar para que buena parte de sus derechos sean garantizados. Del mismo modo que ha ocurrido hasta ahora, las oligarquías estatales no necesitan ni retomar su control sobre el estado porque nunca lo han perdido realmente.

republicaHoy en día reclamar la vuelta de la soberanía a los estados es tan anticuado y reformista como intentar reconstruir el Estado del Bienestar; una fase de la historia que ya ha pasado. Por eso tratar de volver a lo anterior solo conducirá a autoritarismo y centralismo, porque no ataca la raíz del problema que es la desposesión de la soberanía en su origen, la soberanía del pueblo; pero no cualquier pueblo, el pueblo concreto y encarnado, el pueblo territorial que vive contextualmente su opresión.

¿Qué nos queda entonces? Nos resta ir más allá, asumir que los estados modernos ya no tienen por qué ser las herramientas más eficientes para frenar esta situación y que, desde luego, no lo son para lograr la transformación social. El modelo globalizado –el proyecto del imperialismo– ha convertido a los estados en los agentes regionales del poder imperialista, imposibilitando que estos mismos sirvan a las aspiraciones de las clases populares de los diferentes pueblos. No hay transformación social posible sin una destrucción del estado, que a estas alturas no es más que una prolongación del mismo sistema imperialista y globalizador. Por ello lo que nos queda es ir al pueblo mismo, ese pueblo con los pies en la tierra, que no es un sujeto abstracto sino una comunidad vivida. Se trata, en otras palabras, de realizar el cambio social en los pueblos mismos que podrán o no, dependiendo del caso, coincidir con el estado.

Si, puede que en Grecia el pueblo sujeto del cambio coincida con el estado, pero esto no ocurre así en el Estado español ni en muchos otros países. Por nuestras propias condiciones históricas los pueblos de la península no han desarrollado sus propias administraciones sino que han caído bajo la de un estado centralista y de carácter imperialista. Así, esto ha conllevado permanentes tensiones que se han materializado de muchas formas entre el estado y los pueblos hasta el punto de determinar toda política interna. Dadas estas circunstancias, en el Estado español la lucha de clases es indistinguible de la cuestión nacional o, en otras palabras, la contradicción capital-trabajo se materializa y despliega paralelamente a la contradicción territorial estado-pueblo.

La democracia se ejerce en casa y este es el significado de soberanía. La vía revolucionaria pasa ineludiblemente por reconocer cuál es el sujeto que ha de ejercer la soberanía y no es otro que el pueblo trabajador. No se puede ni reclamar para un estado ni reclamarla para un pueblo abstracto sino para el sujeto concreto que se ha configurado históricamente y que vive el territorio. Lo radicalmente revolucionario hoy en día no es pedir la soberanía para un estado que ha sido y volverá a ser herramienta de la oligarquía sino construir la soberanía para los pueblos que existen más allá de ese estado. El pueblo trabajador aragonés ha de reclamar para sí soberanía, para llevar el verdadero poder de decisión a cada uno de los elementos sociales que le constituyen; de nuevo, a cada comarca, cada barrio, cada pueblo…

Soberanía es revolución. En un contexto en el que arrebatar soberanía es uno de los principales mecanismos de opresión y dominación política, exigirla (producirla) resulta el verdadero cambio radical. Porque un proceso revolucionario ni puede ser idéntico en cada sitio ni en cada tiempo, por eso debemos saber que aquí y ahora lo que atenta contra las bases mismas del poder constituido es arrebatarle la soberanía que ha acaparado sobre nuestro pueblo. La soberanía, si es del pueblo, es la más profunda transformación social. Soberanía es sinónimo de democracia y de derechos comunes. La lucha de clases hoy se expresa en forma de lucha por la soberanía (soberanía es decidir sobre la propiedad de los medios de producción) y para exigirla no podemos hacerlo sino desde donde es más legítimo hacerlo, desde el sujeto político de cambio; el pueblo trabajador aragonés.

Guillén González

(http://arainfo.org/2014/12/soberania-es-revolucion/)

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